Escuchar también es decir

Cuando era pequeño a mi hermano se le llenaba la boca de eles. Recuerdo cómo mis padres se esforzaban en ayudarle a hablar mejor… Sin embargo, a pesar de que mi vida ha estado llena de malentendidos, no recuerdo ni una sola vez en la que alguien me haya ayudado a escuchar mejor. Y si, al fin y al cabo, el mensaje no es lo que dices, sino lo que la gente entiende, no comprendo por qué nunca nos han enseñado a intentar entender mejor. Por eso, si pudiera volver al pasado, me gustaría que me enseñaran una cuantas cosas para aprender a escuchar:

Por ejemplo, me gustaría que me dijeran que a veces las palabras son como el brillo de la luna. Parece una metáfora de quinceañera, pero la comparación es bastante literal. Me da vergüenza admitir la edad a la que me di cuenta de que cada vez que paseaba por la playa, el brillo de la luna no sólo iba directo a mí, sino a cada una de las personas que la estaban mirando. Es nuestra mirada la que consigue ese efecto. Pues esa misma capacidad que tiene nuestra mirada de hacer que parezca que la luna brilla para nosotros, también la tiene de dar sombra a una conversación, y convertir algún comentario de lo más universal o anecdótico en lo más personalista. Muchas veces no nos hablan con doble sentido, muchas veces escuchamos ese doble sentido.

También agradecería que me invitaran a escuchar con ligereza. A ver, con esto no quiero decir que hay que escuchar como se baila el lago de los cisnes, sino que hay que escuchar sin darle demasiado peso a las cosas. Esto lo aprendí de adolescente. No sé, tendría 16 ó 17 años cuando empecé a leer libros de desarrollo personal y coincidió con que durante una época me desvelaba todas las noches. Y cada una de esas noches yo pensaba que debía estar haciendo algo mal aunque, por mucho que me esforzara, era incapaz de descifrar el qué. Hasta que en una de esas noches en las que no paraba de escuchar mi diálogo interno, intentando averiguar qué iba mal, me di cuenta de que lo único que iba mal es que estaba poniendo la atención donde no tocaba. Me despertaba simplemente porque mi cuarto daba a una terraza en la que había una hamaca y como hacía viento la hamaca daba golpecitos a la pared. Yo pensando que estaba viviendo una crisis de lo cuarenta antes de cumplir viente y lo único que me pasaba es que me pasaba escuchando lo que pensaba que pasaba (dándole una gravedad que no tenía), en lugar de escuchar lo que pasaba de verdad.

Otra cosa que me gustaría que me dijeran es que tenemos que aprender a escuchar como se escucha por primera vez. Y es que a veces cuando alguien nos dice, o nos cuenta algo, no buscamos entenderle, sino que lo que buscamos son datos que confirmen nuestra opinión. Lo bueno de escuchar como cuando se escucha por primera vez es que no hay emociones asociadas. No hay tristeza, ni cansancio, ni desconfianza, ni rencor… lo único que hay es curiosidad. Y esto es muy importante, porque a veces la emociones con como los filtros de instagram: los elegimos nosotros y no nos dejan ver las cosas como son, sino como estamos. Puede que una persona te haya decepcionado muchas veces, pero si le escuchas pensando que te va a decepcionar es como si le dieras permiso para que te decepcionase. Le creas esa identidad. Sin embargo, si le escuchas mostrando confianza, las posibilidades de que te decepcione disminuyen, aunque no desaparecen, claro. 

También agradecería mucho que me explicasen que las conversaciones tienen lados: como las escaleras mecánicas del metro de Londres donde a un lado van los que quieren subir rápido y al otro los que no. Pues con las conversaciones pasa un poco lo mismo. Que da igual lo que nos digan, muchas veces la intención se la “adivinamos” nosotros y podemos verla desde el lado bueno o desde el lado malo. Una misma frase puede ser tomada como una ofensa o como una broma, y la forma de tomarla depende exclusivamente de quien la escucha, no de quien lo dice. Escuchar más (y mejor) ayuda a discutir menos.

Pero además, algo que he aprendido con los años es que a veces “a la hora de estar a la altura el mundo está lleno de bajitos”. Y  hay momentos en los que esperamos el reconocimiento de personas que nunca va a llegar, y sin embargo, no hacemos ni caso al reconocimiento de otras personas que sí nos llega o al nuestro propio. A veces los silencios gritan y es difícil tener la ilusión de que alguien te diga algo y que luego no te lo diga. Pero no tiene sentido dar más importancia al apoyo o al reconocimiento de alguien que no quiere dártelo que al de quien sí te lo da o al tuyo propio. No decir es una forma de decir, y si alguien no quiere decir en ciertos momentos, pues hay que respetarlo. Pero sin perder el respeto a uno mismo. Es importante darnos cuenta de a quién escuchamos: a los demás o a nosotros, a los que nos apoyan o a los que nos hacen daño…

Y otra cosa fundamental que me gustaría que me enseñaran pronto es que escuchar sólo con los oídos es como bailar sólo con los pies. Se escucha con la mirada, con el tacto, con el gusto… hasta con el olfato. En realidad todo lo que hacemos y lo que no hacemos comunica, por lo que no sólo tenemos que escuchar a las palabras, sino a lo que les acompaña o no acompaña.

Escuchar es querer. Cada vez que escuchas a alguien haces que esa personas se sienta importante. Al menos para ti. Y a todos nos gusta sentirnos importantes para alguien. Si no que se lo digan a las marcas, que las que mejor caen, son las que más escuchan, y hacen que la gente se sienta escuchada. Y no al revés. Las marcas más queridas son las que con sus comunicaciones demuestran que conocen a sus consumidores y no las que sólo ponen el esfuerzo en que les conozcan.

Pues eso, que cada vez que escuchamos nos apropiamos de la mitad del mensaje. Dicen que la mejor forma de bailar es bailar como si nadie te estuviera mirando, quizás la mejor forma de escuchar sea escuchar como si nadie te hubiera mentido. Todo el mundo merece una nueva oportunidad, y escuchar por el lado bueno, la da. Por eso, si hay dos formas de interpretar algo, me quedo con la buena, porque hacerlo dice algo de mi y de quien lo dice.

Además, todos necesitamos a alguien que nos escuche y alguien a quien escuchar.