Wally, una peli de antena 3 y los Lemmings.

Hace poco leí el libro que me regaló mi amiga Patricia ¿Dónde vamos  a bailar esta noche? de Javier Aznar. Aznar tiene una forma de escribir de esas que te invitan a seguir leyendo. Su libro es una recopilación de relatos en los que pone palabras a lo invisible. Su forma de escribir me gustó, pero su forma de pensar, ay su forma de pensar… me encantó. Pero me encantó de esa forma tramposa en que encanta lo que te resulta familiar, como cuando te enamoras de alguien y te preguntan que por qué te gusta, y te sorprendescontestando: “porque me recuerda a mí”. Sí, de esa forma. Y es que en su relato Las palmeras que se mueven escrito como ficción dice más verdad en tres páginas que en todas las noticias del telediario juntas.

Dumas decía “Es verdad que violo la historia, pero le doy unos hijos bellísimos”, pues creo que Aznar le ha hecho el amor a la mentira y de ahí ha nacido una verdad. En su relato Aznar habla de un escritor al que un locutor de radio entrevista y le hace la típica pregunta: – Y dígame, ¿qué libros o autores le influyeron en su forma de escribir? y tras esta pregunta Aznar pone en boca de ese “escritorzuelo” la falsa mentira más llena de verdad que he escuchado jamás:

  • Wally. El tipo ese las gafas y el gorro de lana. El del Jersey a rayas y mirada pánfila. ¿Sabe quién le digo? Sí, ese Wally al que hay que encontrar. Bien, pues ese tipo fue el que más me influyó para escribir. Sin duda. No se ría. Me pasaba horas y horas delante de aquellos libros: el rojo, el azul y el amarillo. Me lo sabia de memoria. Pero francamente, siempre me dio un poco igual encontrar a Wally antes o después que los demás. A mí lo que me divertía era imaginarme las historias paralelas de los que le rodeaban. Ver qué están haciendo los otros, los figurantes, los extras en el universo de Wally. Y me encanta esa idea de pensar que nadie más en el mundo estaría apreciando ese detalle en este preciso instante tal y como lo estaba haciendo yo.  (…) todo esto y no otra cosa fue lo que me lanzó a escribir. Todo esto me lo dio Wally. El de las gafas y el gorro. El del jersey a rayas y mirada pánfila. Si quiere, ahora me puedo poner algo más trascendental inventarme que leía a kafka con 10 años. Que Paul Auster cambió mi vida. (…) si quiere puedo proclamar que por norma general ya no leo a nadie que no lleve por lo menos un siglo muerto. (…) pero no. Si soy sincero conmigo mismo, que no siempre lo soy, todo fue por Wally. ¿Sabe cómo se llama mi perro? Gatsby. Pero sólo porque me parecía más elegante que Wally.

Desconozco si Aznar tiene perro, y si lo tiene desconozco más aún el nombre del can, pero escribo con los dedos cruzados para que en ese caso, responda al nombre de Gatsby.

Lo que a ese escritorzuelo le pasa con los libros a mi me pasa con las películas. A veces me refugio en el hecho de que mi padre nos quitó la televisión cuando yo tenía 14 años para disimular mi analfabetismo cinematográfico. Estoy convencida de que he leído más libros que visto películas… por eso me pongo tensa cuando en cualquier momento y en cualquier lugar la gente recurre a ese “lugar común” que es hablar de cine para conocer y darse a conocer mejor.

Y es que a veces las  conversaciones sobre películas se convierten en un documental de la dos donde todos los participantes juegan a demostrar “quién la tiene más larga”. Y hablan de Lars Von trier, Kubrick, Los hermanos Cohen… y todos les han cambiado la vida de alguna manera… Pero para no engañarme, si alguien me pregunta quién me ha influenciado a la hora de contar historias (mis historias) me encantaría poder decir que George Lucas y hacer de mi vida un infinito viaje del héroe, pero en verdad ni siquiera sé el nombre del director de la peli que vi que cambió para siempre mi forma de ver las cosas. Y de contarlas. Confieso que era una peli de antena 3. Quizás fuese alemana, quién sabe. De lo que no me olvido es del argumento: Una pareja de unos 60 años se separa porque la mujer pilla al marido poniéndole los cuernos. La mujer se va a vivir con su hija treinteañera que después de ese acto de traición decide odiar y dejar de hablar a su padre. Sin embargo, el padre poco a poco comienza a acercarse a la madre, quedan, tontean y se reencuentran… La hija “pilla” a sus padres juntos, y muy enfadada por el comportamiento de su madre le dice – Mamá, ¿vas a fingir que no ha pasado nada? Y la madre le responde como si toda la sabiduría adquirida por los seres humanos desde el principio de los tiempos, en lugar de perderse de generación en generación, se hubiese concentrado en su garganta para decir: Hija, voy a dejar de fingir que es lo único que me importa.

No sé, quizás en negro sobre  blanco ya no quede tan épico. Pero es una de esas frases a las que he vuelto infinitas veces y me han servido como el trozo de madera del Titanic. Siempre me he agarrado a ella para darme cuenta de que carece de sentido valorar una relación de 20 años por los últimos 20 minutos. Que no existen las relaciones perfectas, pero que no tenemos por qué empeorarlas, que las cosas tienen el tamaño de nuestra atención y que aunque nos pasen cosas que no dependan de nosotros, nuestra atención, sí, y no tenemos por qué hacer grande lo pequeño. A veces actuamos como el rey Midas pero al revés, y algo que puede ser anecdótico lo convertimos en crucial e imperdonable. He visto relaciones que se han roto porque uno de los dos no ha contestado un wassap en menos de 24 horas. He visto a un hijo dejar de ir a ver a su madre porque ella dejó a su padre por otro…

Por eso me gusta tanto esta frase, por que si es verdad que somos la historia que nos contamos, nos convierte en narradores mejores porque nos invita a dar más importancia a lo que nos aporta. Es como cuando te reúnes con tu jefe para una evaluación y te dice 9 cosas buenas y una mala y tú sólo das importancia a la mala. No es que nuestro jefe sea malo por decir algo que no nos gusta de nosotros, nosotros somos los malos por focalizar nuestra atención sólo en eso.

Cada vez que alguien me pregunta cuál es el animal que más se parece al ser humano, siempre pienso en los Lemmings, esos animales que ocupan un lugar en nuestro imaginario colectivo corriendo hacia un precipicio para suicidarse en manada. Hay muchas formas de suicidarse y poner la atención en lo peor que ha pasado y no en todo lo que ha pasado es una de ellas. Y muy común.