Hay conversaciones que te cambian el estado de ánimo y otras, la vida. De las últimas hay menos, pero significan más. Hace poco hablando sobre el tema de los refugiados llegamos a la conclusión de que ser refugiado es como ser viudo, algo que en principio nadie elige cuando de pequeño te preguntan qué quieres ser de mayor, pero que sin embargo, pasa. Y al final, acabamos hablando de nosotros cuando éramos pequeños, de lo que queríamos y de lo que, finalmente, había pasado.
Hasta ahí todo normal, hasta que en mitad de la conversación contaron una de esas historias que no sabes si son verdad, y, lo mejor, que no importa. La historia la protagonizaban un niño de unos 7 años, un adulto y un cochazo. Y es bastante más larga, pero lo que nos ensanchó el corazón a todos fue sólo un trocito… cuando el adulto se acerca al cochazo que estaba admirando el niño y el niño, curioso, le pregunta si es suyo. El adulto acompaña un guiño en su mirada con la explicación de que en verdad se lo había regalado su hermano… Y ahora es cuando empieza la magia de la historia, el motivo por el que si no es cierta, debería serlo, porque este mundo sería un lugar más amable en el que vivir… el niño, en vez de suspirar en alto diciendo que ojalá él también tuviera un hermano así dijo: ojalá algún día yo sea un hermano como el suyo.
JO DER
Ojalá todos seamos algún día como el niño de la historia.
Y claro que tenemos la excusa de pensar que era un niño, que esa actitud caduca con los años. Pero mi amiga Carmen una vez me contó la historia de amor más bonita que he escuchado jamás. No me habló de flechazos ni de destino, me habló de su abuela, y me dijo que de pequeña cuando ella le preguntó si era feliz con su marido, le dijo que sí, que mucho. Y que cuando quiso saber su secreto, su abuela le confesó que cuando iba agarrada del brazo de su padre camino del altar mirando al que en breve iba a ser su marido, se hizo la pregunta perfecta. No se preguntó si ese hombre le haría feliz algún día, lo que se preguntó es que si ella sería capaz de hacerle feliz, y caminando hacia él entendió que si él se hacía la misma pregunta, no cabía ninguna duda de que algún día ambos lo acabarían siendo.
Y es que en general nos pasamos el día opinando sobre cómo deberían ser los demás: deberían ser más atentos, menos egoístas, más educados…. ¿y nosotros? ¿qué pasa con nosotros? ¿realmente elegimos cada día ser como somos? a mí, sinceramente, se me olvida. Y me paso más tiempo ESTANDO: enfadada, molesta, nerviosa que SIENDO amable y generosa, sobre todo conmigo misma, porque si no, con el resto, no se puede.
Por eso, si algún día tengo hijos y un día me cuentan qué quieren ser de mayor, yo les contaré esta historia y les diré que podrán elegir entre ser artistas o ingenieros o ser como aquel niño que quiso ser un hermano (y un ser humano) mejor…
También les contaré que a lo largo de su vida estarán muchas veces de muchas formas distintas, pero que nunca olviden quiénes son
y que cuando estén tristes, recuerden que son alegres
cuando estén enfadados, que son buenos
cuando estén dolidos, que son fuertes…
y que lo bueno del estar es lo malo del sabor del chocolate, que sólo dura un rato, y que no se preocupen, que después de estar, siempre podrán volver a ser quienes son y quienes quieren llegar a ser.
…Por eso, si pudiera volver atrás, y retomar esa conversación con mi madre. La miraría, como si pudiera abrazarle con los ojos, y le diría que no se preocupase. Que yo ya no querría ser ni artista, ni peluquera, ni astronauta, que yo ya no querría ser ni lista, ni guapa, ni rica… que yo, lo que querría, es SER. Ser buena, amable, generosa, sincera, asertiva, divertida, alegre, confiable, cariñosa…. y que si me esforzaba en ser cada una de esas cosas, podría ser cualquiera de las otras: astronauta, artista o rica, pero, que sobre todo, acabaría SIENDO. Feliz.