Viagra para la innovación

En la vida real la píldora azul es la que levanta digamos que el ánimo. 


En matrix la píldora roja era la que, si te la tomabas, de repente conocías la cruda realidad. Pues la cruda realidad con respecto a la innovación es que no siempre innova el que más sabe -aunque saber, ayuda, y mucho- la mayoría de veces quien innova es el que tiene más motivos. 

Así que parece ser que el equivalente a la pastillita azul en el mundo de la innovación es tener un gran motivo. Algo que te mueva.  Y me refiero a gran motivo no en su acepción de bueno, sino de grande. Por ejemplo, el fundador de Facebook dudo mucho de que fuese el mejor programador del campus, pero tenía algo que los demás no tenían: un propósito, quería vengarse de una chica que le había rechazado y por ello en una noche de cabreo acompañado de cervezas creó la que es hoy la red social más importante del mundo. 

Pero si Facebook existe es gracias a un gran innovador que también nos sirve de ejemplo: Charles Babbage (1792-1871) científico británico conocido como “El padre la computación”,  y él mismo atribuye su paternidad a que se dio cuenta que dada la complejidad del mundo, los cálculos necesarios para las diferentes tareas a realizar en las ciencias, tecnología y producción, estaban todos sujetos al error humano y necesitaba crear una máquina que solucionase este problema.


Lo que tienen en común inventos tan dispares es que ambos nacen por un motivo. Es decir con un propósito más allá de ganar dinero.


Si detrás de un gran hombre hay una gran mujer, pues detrás de un gran propósito suele haber una gran idea.


CREATIVITING Lo que la creatividad puede aprender del MARKETING episodio 1

Si existiese un lupanar, burdel o prostíbulo -como quieran llamarlo- habitado por palabras, probablemente nos encontraríamos algunas como coaching, creatividad y marketing compartiendo el que se supone el oficio más viejo del mundo. Y a pesar de lo muy prostituídas que están estas palabras por el uso tan abusivo al que hemos asistido en los últimos tiempos me sigue pareciendo que la creatividad tiene mucho que aprender del marketing. Empezando por el nombre. Y no es que me vaya a declarar proyanqui en este momento, pero me encanta que la palabra que defina a esta disciplina -a pesar de que sea inglesa- sea un gerundio. Porque un gerundio implica acción y cambio.
No sé los kilos de verdad que son necesarios para convertir una opinión en refrán. Pero deben de ser toneladas. Y un refrán que le va al pelo a la creatividad es ese de «En casa del herrero cuchillo de Palo». Y aquí empieza el primer episodio de las cosas que la creatividad puede aprender del marketing. Empecemos por la forma de clasificar. Si la creatividad y el márketing fueran películas el protagonista del primero serían las ideas y el del segundo los productos. Así que veamos como califican a sus protagonistas unos y otros. Probablemente la clasificación más famosa del mundo del marketing es la desarrollada por la Boston Consulting Group y conocida como la matriz BCG que clasifica a los productos según su posición en el mercado en cuatro categorías:
Producto estrella: aquellos que tienen una alta participación en el mercado y una alta tasa de crecimiento
Producto vaca lechera: lo que tienen alta participación en el mercado pero una baja tasa de crecimiento
Producto interrogante: baja participación en el mercado pero alta tasa de crecimiento
Producto perro viejo: baja participación del mercado y tasa de crecimiento nula o negativa.
Por otra parte, en creatividad, cuando se generan ideas se trabaja con una escala que va de «esa idea es una mierda» a «esa idea está de puta madre«.
Y aunque el naming de las clasificaciones parezca un asunto baladí no lo es en absoluto. Las palabras que usamos afectan a nuestro estado de ánimo. Algo que todo el mundo acepta con respecto a la autoestima: no es lo mismo sentirme raro, que diferente, que único, se nos escapa a la hora de calificar a las ideas. Si lo primero que digo respecto a una idea es que es mala, probablemente mi cerebro pierda todo interés con respecto a esa idea ya que la etiqueta de «mala» es una gran disuasora. La primera persona que se dio cuenta de que calificar las ideas en buenas y malas era contraproducente fue el gran gurú de la creatividad
Edwar de Bono que dijo que las ideas no eran buenas o malas que todas tenía lo que el llamó PNI, es decir que todas tenían aspectos Positivos, Negativo e Interesantes. Y fue un gran salto cualitativo. Pero creo que aún podemos ir más allá y aprender del marketing haciendo un naming más divertido (aceptémoslo el método PNI es muy interesante, pero no es muy creativo como naming). Alguna vez sí que he visto algún acercamiento a esta idea y he escuchado el concepto de ideas Cristóbal Colon, las que están muy abiertas a cualquier camino por muy absurdo que parezca para llegar a una solución. Yo he de confesar que el tipo de ideas que más me gustan son las que se podría llamar pez Globo. El pez globo es conocido por su rica carne y por su peligrosidad, ya que es un pez venenoso y si no es cortado por manos expertas que separen el manjar del veneno puede producir la muerte. Pues la ideas pez globo son aquellas que bien elaboradas consiguen un resultado extraordinarios pero que al mismo tiempo su puesta en práctica, sino se hace con excelencia, puede producir daños. Estas son dos pequeñas aportaciones a la creación de una clasificación alternativa a las ideas más allá de buenas o malas. Lo cual, si mantenemos la manera de clasificar tradicional, me parece una gran idea.
¿Alguna sugerencia?

La teoría de los 6 segundos

Ayer escuché en la radio de un taxi que un abrazo debe durar un mínimo de 6 segundos para tenga un impacto químico en el cerebro. Acto seguido tuve que bajarme del coche y empezaron a subirme preguntas a la cabeza. ¿6 segundos? ¿por qué 6 segundos? ¿Eso no es demasiado tiempo? ¿Impacto químico? ¿Qué tipo de impacto químico? ¿Depende del tipo de abrazo? Pero después, me hizo gracia que hubiese una cifra tan exacta para saber si un abrazo consigue tener un impacto químico o no y empecé a pensar en lo útil que sería saber cifras tan precisas sobre cosas que nos interesan. Sobre cosas tan diferentes pero tan cotidianas como conseguir que un cliente quede satisfecho o que alguien se de cuenta de que estás enfadado. Recuerdo un capítulo de House en el que la enferma carecía de sensibilidad física, con lo cual podía morir congelada o quemada sin darse cuenta por eso se fijaba mucho en la gente, en como vestía y cómo se comportaba y preguntaba cada dos por tres si hacía frío o calor. No tener sensibilidad no la salvaba de poder enfermarse.
Esto que a nivel biológico parece una barbaridad creo que es algo que vivimos a nivel personal y profesional diariamente. Cada vez tengo más la sensación de que nos pasamos el día dando abrazos de 5 segundos. Por ejemplo a nivel personal un abrazo de cinco segundos sería mostrarte enfadado con alguien, argumentar desde tu punto de vista a las mil maravillas los motivos de tu enfado y las cosas que quieres que cambien de ahora en adelante y que la otra persona se quede con la sensación de que simplemente «tienes un mal día». Has estado a punto de conseguir que te entendiera, pero no lo has conseguido. A nivel empresarial un abrazo de cinco segundos sería ir a un restaurante, que te atiendan de maravilla, que comas aún mejor pero que sean muy lentos a la hora de traerte la cuenta. Has estado apunto de crear una experiencia muy positiva, pero no has llegado. Y justamente porque no sabemos esa cifra mágica de los abrazos de seis segundos para la mayoría de cosas que hacemos creo que tenemos mucho que aprender de esa enferma del capítulo de Hause que suplía su incapacidad de saber por sí misma si se estaba quemando o congelando fijándose mucho en el comportamiento de los demás y preguntando.
Así que hasta que alguien se dedique a averiguar el equivalente a los abrazos de seis segundos en todas las tareas que cometemos a diario creo que lo mejor para saber si realmente conseguimos transmitir lo que queremos transmitir es fijarnos en la reacción de los demás y si nos falta información, preguntarla directamente. Porque dar abrazos de 5 segundos es como aprobar 49 de 50 asignaturas para tener la carrera. Y tener 49 asignaturas aprobadas en lugar de 50 a efectos prácticos es como no tener ninguna. Así que sólo queda aprender y practicar a dar abrazos de 6 segundos. Que por cierto, es lo mismo que duran de promedio los planos de TV y los orgasmos masculinos. Para que se hagan una idea.

El mejor regalo del mundo


«Escucha, si pudiera hacerte un regalo, un único regalo para toda la vida, ¿sabes lo que te daría? confianza. O eso, o una vela aromática» Esta frase se la dice el protagonista a la protagonista de la peli One day, una película recomendable como son recomendables los restaurantes que hacen especialmente bien únicamente el pincho de tortilla. 

Siempre me han gustado las películas de Woody Allen, especialmente las que él hacía de actor y director y de repente las paraba él mismo para dejar de actuar como personaje y dirigirse a los espectadores haciendo incisos sobre sus pensamientos dentro de las películas. Seguro que las nuevas tecnologías algún día nos dejarán interactuar con los personajes… hasta entonces sólo nos queda hacer comentarios con los amigos. Porque yo, si pudiera, pararía la película para decirle al protagonista (entre muchas otras cosas, sinceramente) que le regale la vela aromática porque no puede regalarle algo que no le pertenece. La confianza de la chica es suya, y de nadie más que de ella. Y claro que los actos de él pueden influir en ella, y por tanto en su confianza. Pero que yo sepa tener confianza o no, no es como tener un coche. No hay concesionarios de confianza ni posibilidad de pagarla a crédito. Para bien o para mal la confianza sólo se compra con la voluntad de tenerla. Eso a nivel personal. A nivel empresarial es todo lo contrario. La confianza sí es un regalo. Un regalo que cada día, cada hora, cada minuto, nos hacen nuestros clientes si nos lo ganamos. Confianza es que el pedido llegue a tiempo. Confianza es que la descripción del producto coincida con el producto. Confianza es no engañar. Confianza es hacerte responsable (ser capaz de dar respuesta) ante imprevistos. Confianza es devolver el dinero si el cliente no queda satisfecho, porque la confianza por encima de todo es producto de la satisfacción. Confianza es ayudar a tus clientes porque ayudar a tus clientes es ayudarte a ti mismo. Confianza es coherencia. Confianza es estar siempre ahí. Y en momentos difíciles podemos perder muchas cosas que luego podemos volver a recuperar. Pero lo único que no podemos perder, porque es algo que no podremos recuperar jamás, es la confianza que nuestros clientes depositan en nosotros, porque la confianza sólo se pierde una vez.
Me gusta el verbo depositar en referencia a la confianza, porque te recuerda que es algo ajeno a ti que han puesto otros. Insisto, la confianza es un regalo, ganado con esfuerzo, pero un regalo. Quizás el mejor regalo del mundo.

La seducción está en el interior

Hoy voy a hablar de uno de los hombres más seductores de todos los tiempos. Y no, no me refiero a George Clooney, Brad Pitt o al indiscutible Paul Newman. Me refiero a Wiston Churchill. Del gran estadista se ha dicho casi de todo, se ha hablado de su inteligencia, determinación, visión y valentía pero muy pocas veces se ha hablado de lo que probablemente más le ayudó a conseguir lo que se proponía: sus dotes de seducción.
 Sí, esa cara blanca y redonda pegada a un puro escondía a todo un seductor cuya mejor arma era posicionarse ante los demás como cómplice y no como verdugo. Pocos hombres han acumulado el poder que este lord disfrutó en un período de tiempo tan peculiar. Y menos todavía han sido los que han sabido usarlo tan bien. De sus actos se deduce que Churchill prefería seducir a imponer. Probablemente esa capacidad de posicionarse como cómplice cuando lo más fácil era ser verdugo es la que le ayudó a conseguir lo que parecía imposible. La mitad de la biografía de Churchill serviría como ejemplo de esta actitud pero  he elegido una anécdota que en 1982  Los Angeles Times sacó a la luz . Según el periódico en una recepción de la Commonwealth británica el jefe de protocolo observó con asombro como un alto cargo político de un país extranjero cogió uno de los carísimos saleros de plata de la mesa y lo introdujo en su bolsillo del pantalón. El jefe de protocolo, sin saber cómo reaccionar, se dirigió a Churchill y le contó lo que había sucedido. Churchill, británico hasta la médula,  no quiso incomodar al alto cargo extranjero y comenzar un pequeño conflicto diplomático por un simple salero. Pero tampoco quiso renunciar a ese salero de plata que a sus ojos no era tan simple. 
 
Y aquí viene la genialidad: Churchill  con sólo un gesto consiguió que el mandatario extranjero no sólo devolviera el salero, sino que además lo hiciera con una sonrisa en los labios y con una mayor admiración hacia el mandatario inglés. Churchill en lugar de acusarle y obligarle a devolver el salero, prefirió seducirle para que lo hiciera. Para ello cogió el pimentero que hacía juego con el salero, se lo guardó en el bolsillo  y esperó al final de la cena, y cuando ya todos se levantaban se acercó discretamente al «ladrón» y le dijo al oído:
– “Señor, esto se pone feo, nos han visto, creo que lo mejor es que devolvamos los dos los saleros antes de que tengamos un grave incidente” -depositando a continuación el pimentero sobre la mesa.  Acto que fue imitado inmediatamente por el mandatario extranjero amigo de lo ajeno y que salvaguardó al mismo tiempo los saleros de plata de la Gran Bretaña y el honor del invitado.
Dicen que la belleza está en los ojos del que mira. Quizás la seducción esté en la actitud del que actúa.

Viaje al centro de la Felicidad

Me declaro públicamente muy fan de Julio Verne. En su biografía cuenta que de pequeño quería ser viajero. Vivía en Nantes, una ciudad costera y cada vez que veía un barco zarpar, su imaginación se embarcaba con él. Pero su padre, que entendía más de letras que de olas, le prohibió viajar ya que Julio era el primogénito de la familia y como tal debía continuar con el oficio del padre: abogado. Si bien el patriarca Verne impidió que su primogénito se subiese por su propio pie a ningún barco cuando era pequeño, no pudo prohibirle que su propia imaginación le llevase donde ningún barco llegaba: al centro de la tierra. A veinte mil leguas submarinas, o incluso a la luna.


Y precisamente hablando de viajes un nuevo amigo mío se ha ganado mi admiración. Mientras hablábamos de lugares a los que habíamos viajado o a los que nos gustaría viajar, él habló de Buthán.  Buthán es un Estado del SO de Asia que parece inventado por el director de marketing de Coca cola ya que es el único país del mundo que no usa como índice de crecimiento el PIB (Producto interior bruto) sino el FIB (Felicidad interior Bruta) porque están convencidos de que el verdadero desarrollo de una sociedad sólo se alcanza cuando los avances materiales y espirituales se complementan. Elegir Buthán como destino de vacaciones está bien, pero elegirlo como destino de luna de miel está genial. Me encantó cuando nos confesó que lo había estado investigando para irse de luna de miel allí. Y me gustó por coherente, porque me parece todo una declaración de intenciones perfecta para iniciar una vida en común. 

En el mundo de la comunicación miles de profesionales se esfuerzan cada día en crear una imagen de marca en la que todo encaje, en que todo sea armonioso, tenga sentido y de solidez a la marca. Pero estos mismos profesionales se les olvida que a nivel personal ser coherente con los valores que tienes también funciona. Y no estoy hablando de escribir la palabra FELICIDAD en una celda de Excel, estoy hablando de sentarte un minuto al día para darte cuenta de qué te hace feliz y ser consciente del tiempo que dedicas a ser feliz.

El día dura lo que dura y no podemos inventarnos más horas de la que tiene para dedicarlas a hacer eso que nos hace felices (que a veces simplemente se resume en «no hacer), así que… ¿te imaginas dedicar el tiempo que dedicamos a discutir a ser felices? El mundo se llenaría de «Buthanenses» o como quiera que se llamen los habitantes de Buthán.

El sexo de los marcianos



El otro día pedí a un estudiante de ingeniería que dibujase un marciano y me preguntó ¿Macho o hembra? Pensé que era una broma, pero tras fijarme en su expresión pude darme cuenta de que, o se había equivocado de profesión y tenía un talento natural para las artes escénicas, o de verdad necesitaba esa información para poder dibujar a ese marciano.


Me hizo gracia que me hiciera una pregunta tan concreta de una petición tan abstracta. Me hizo gracia y me dio que pensar en los millones de cosas que creemos fundamentales para hacer ciertas cosas como cambiar de trabajo, montar una empresa, tener pareja, dejar una pareja, tener un hijo, cambiar de casa, etc, etc, etc… Muchas veces creemos que nos faltan cosas que damos por hecho  que son importantes para llevar a cabo lo que tenemos en mente, pero ¿son necesarias?.


¿De verdad necesitas perder cinco Kilos para tirarle los trastos a ese chico que te gusta? ¿O necesitas ser prácticamente bilingüe para que te promocionen? O tener un plan de negocios a 20 años para decidirte a emprender?En español hay una expresión para definir a esas discusiones que no te llevan a ninguna parte que es hablar sobre el sexo de los ángeles. Pues creo que podríamos añadir otra otra más para alertar de esa necesidad de información innecesaria que nos frena a la hora de actuar que sería algo así como saber el sexo de los marcianos.

¿Vas a dejar muchos marcianos sin dibujar por no saber su sexo?

¿Lees o dialogas?


Uno de los libros que más me ha impresionado de todos los que he leído hasta ahora ha sido El Príncipe de Maquiavelo. Y lo hizo porque lo leí en una versión en la que aparecen los comentarios que anotó Napoleón cuando lo leyó. Me impresionó porque Napoleón no leyó el libro. ¡Dialogó con él! Casi 300 años después de su publicación, el 18 de junio de 1815, tras la derrota de Waterloo,  en la carroza usada por Napoleón Bonaparte, se halló un manuscrito en francés del Príncipe de Maquiavelo repleto de anotaciones. Gracias a ellas se sabe que su lectura le acompañó desde su etapa de cónsul hasta la derrota de Waterloo: es decir, desde que empieza a adquirir poder hasta que lo pierde por completo. El Príncipe probablemente haya sido el libro que más inspiró a Bonaparte durante las etapas más importantes de su vida. Y si le inspiró tanto fue precisamente porque gracias a él abrió una especie de conversación entre él mismo y Maquiavelo, separada en el tiempo (y muchísimas veces en las opiniones) pero unida en la intención. Los pensamientos escritos por uno servían como punto de referencia para crear las propias reflexiones del otro. Y es que la mayoría de las ideas y de los pensamientos de los que nos sentimos más orgullosos han surgido en mitad de una conversación… Así que te invito a dialogar con este libro, a darme la razón o quitármela cuando gustes, a añadir tus anécdotas, tus reflexiones, tus opiniones… Este libro ha nacido con la intención de inspirar y no hay mejor forma para ello que en lugar de invitar a su lectura invitar a su diálogo.

¿Decías?

Así empieza el libro Inspiritismo y este blog que puede convertir ese diálogo literario en, como mínimo, virtual.
¿Decías?