El diálogo interior es fundamental para cambiar tu vida, pero no es suficiente: TODO CUENTA

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Tener un diálogo interior sano, es fundamental para tener una vida sana, pero no es suficiente. Somos la historia que nos contamos, es decir, somos nosotros mismos quienes construimos nuestra identidad, y para construir una buena identidad de ti mismo no sólo has de tener en cuenta cómo te hablas, también tienes que considerar cómo hablas a los demás y cómo te habla la sociedad.

Hay mucha literatura en torno a un mejor diálogo interno. Y la mayoría coinciden en afirmar que conforme “construimos nuestras frases” construimos nuestra realidad”. Por ejemplo, no es lo mismo decir “Estoy súper enamorada PERO vive a 300km” que “estoy súper enamorada Y vive a 300km”, la realidad es la misma, pero la forma en que nos afecta esa realidad, no. Y sólo con un cambio de preposición. Como tampoco es lo mismo describir una situación que cuestionarla. Es decir, no es lo mismo decir “no puedo irme de vacaciones” que “¿cómo puedo irme de vacaciones?” Cambiar una sola palabra supone todo un cambio en la dirección de pensamiento. Y de actitud. Y lo mismo sucede si lo que cambiamos es el sujeto. No es lo mismo decir “mi jefe no me entiende” que “aún no he encontrado la manera de comunicarme efectivamente con mi jefe”. En la primera frase el protagonista es el jefe -y no lo puedes cambiar-, y en la segunda eres tú, y a ti te puedes cambiar siempre. Hay miles de ejemplos de lo importante que es tener un diálogo interior sano para tener una vida interior sana.

Pero no es suficiente.

También es imprescindible tener en cuenta cómo hablamos a los demás y cómo nos habla la sociedad. Por ejemplo, construimos nuestra identidad con cada cosa que decimos. No es lo mismo decirle a alguien: “no me mientas” que “ten la confianza de decirme lo que quieras”. En la primera frase construyes en quien la escucha una identidad de mentiroso, y en quien la dice, de desconfiado. Sin embargo, en la segunda, quien la dice se construye una identidad de persona segura de sí misma que además traslada esa seguridad a quien la escucha. Otro ejemplo, no es lo mismo decir “perdona llego tarde, soy un desastre” que “gracias por tu paciencia”. En la primera, quien la dice construye una identidad de desastre y quien la escucha de “mártir” y en la segunda, no. En la segunda no reafirmas tu identidad de impuntual y además construyes en quien la escucha una identidad de persona paciente y comprensiva. Mejor, ¿no?

Y por último, pero no menos importante, a la hora de construirnos una identidad es fundamental escuchar lo que nos dice la sociedad. Harari afirma que lo que más diferencia al ser humano de otros animales es nuestra capacidad de imaginar colectivamente. Y colectivamente hemos imaginado unos cánones de belleza, una idea de felicidad, de éxito, etc… que no sólo varían en el tiempo sino también en distintas sociedades. Por ejemplo, en la actualidad en el mundo occidental el suicidio es considerado como uno de los mayores actos de cobardía, sin embargo, en la cultura maya suicidarse era el más alto acto de valor. La acción es la misma, pero la interpretación que hacemos de la misma, no. En occidente el divorcio se ve como fracaso, pero en otras culturas cambiar de pareja se ve de lo más normal, por eso a la hora de sentirnos tristes o fracasados es muy importante detectar si nos sentimos así porque no cumplimos con unos estándares que nos ha impuesto la sociedad, que no hemos elegido libremente. Y si es así, ¿por qué estar triste si no cumplimos con una normas que ni si quiera hemos elegido?

 

Por eso, a la hora de construir una identidad es tan importante fijarnos no sólo en como nos hablamos, sino también en cómo hablamos a los demás y en cómo nos habla la sociedad. Si te interesa podrás encontrar mucha información sobre cómo hablarnos mejor, cómo hablar mejor y cómo escuchar mejor en mi libro TODO CUENTA que podrás encontrar aquí: https://amzn.to/2Mdd7PW

Escuchar también es decir

Cuando era pequeño a mi hermano se le llenaba la boca de eles. Recuerdo cómo mis padres se esforzaban en ayudarle a hablar mejor… Sin embargo, a pesar de que mi vida ha estado llena de malentendidos, no recuerdo ni una sola vez en la que alguien me haya ayudado a escuchar mejor. Y si, al fin y al cabo, el mensaje no es lo que dices, sino lo que la gente entiende, no comprendo por qué nunca nos han enseñado a intentar entender mejor. Por eso, si pudiera volver al pasado, me gustaría que me enseñaran una cuantas cosas para aprender a escuchar:

Por ejemplo, me gustaría que me dijeran que a veces las palabras son como el brillo de la luna. Parece una metáfora de quinceañera, pero la comparación es bastante literal. Me da vergüenza admitir la edad a la que me di cuenta de que cada vez que paseaba por la playa, el brillo de la luna no sólo iba directo a mí, sino a cada una de las personas que la estaban mirando. Es nuestra mirada la que consigue ese efecto. Pues esa misma capacidad que tiene nuestra mirada de hacer que parezca que la luna brilla para nosotros, también la tiene de dar sombra a una conversación, y convertir algún comentario de lo más universal o anecdótico en lo más personalista. Muchas veces no nos hablan con doble sentido, muchas veces escuchamos ese doble sentido.

También agradecería que me invitaran a escuchar con ligereza. A ver, con esto no quiero decir que hay que escuchar como se baila el lago de los cisnes, sino que hay que escuchar sin darle demasiado peso a las cosas. Esto lo aprendí de adolescente. No sé, tendría 16 ó 17 años cuando empecé a leer libros de desarrollo personal y coincidió con que durante una época me desvelaba todas las noches. Y cada una de esas noches yo pensaba que debía estar haciendo algo mal aunque, por mucho que me esforzara, era incapaz de descifrar el qué. Hasta que en una de esas noches en las que no paraba de escuchar mi diálogo interno, intentando averiguar qué iba mal, me di cuenta de que lo único que iba mal es que estaba poniendo la atención donde no tocaba. Me despertaba simplemente porque mi cuarto daba a una terraza en la que había una hamaca y como hacía viento la hamaca daba golpecitos a la pared. Yo pensando que estaba viviendo una crisis de lo cuarenta antes de cumplir viente y lo único que me pasaba es que me pasaba escuchando lo que pensaba que pasaba (dándole una gravedad que no tenía), en lugar de escuchar lo que pasaba de verdad.

Otra cosa que me gustaría que me dijeran es que tenemos que aprender a escuchar como se escucha por primera vez. Y es que a veces cuando alguien nos dice, o nos cuenta algo, no buscamos entenderle, sino que lo que buscamos son datos que confirmen nuestra opinión. Lo bueno de escuchar como cuando se escucha por primera vez es que no hay emociones asociadas. No hay tristeza, ni cansancio, ni desconfianza, ni rencor… lo único que hay es curiosidad. Y esto es muy importante, porque a veces la emociones con como los filtros de instagram: los elegimos nosotros y no nos dejan ver las cosas como son, sino como estamos. Puede que una persona te haya decepcionado muchas veces, pero si le escuchas pensando que te va a decepcionar es como si le dieras permiso para que te decepcionase. Le creas esa identidad. Sin embargo, si le escuchas mostrando confianza, las posibilidades de que te decepcione disminuyen, aunque no desaparecen, claro. 

También agradecería mucho que me explicasen que las conversaciones tienen lados: como las escaleras mecánicas del metro de Londres donde a un lado van los que quieren subir rápido y al otro los que no. Pues con las conversaciones pasa un poco lo mismo. Que da igual lo que nos digan, muchas veces la intención se la “adivinamos” nosotros y podemos verla desde el lado bueno o desde el lado malo. Una misma frase puede ser tomada como una ofensa o como una broma, y la forma de tomarla depende exclusivamente de quien la escucha, no de quien lo dice. Escuchar más (y mejor) ayuda a discutir menos.

Pero además, algo que he aprendido con los años es que a veces “a la hora de estar a la altura el mundo está lleno de bajitos”. Y  hay momentos en los que esperamos el reconocimiento de personas que nunca va a llegar, y sin embargo, no hacemos ni caso al reconocimiento de otras personas que sí nos llega o al nuestro propio. A veces los silencios gritan y es difícil tener la ilusión de que alguien te diga algo y que luego no te lo diga. Pero no tiene sentido dar más importancia al apoyo o al reconocimiento de alguien que no quiere dártelo que al de quien sí te lo da o al tuyo propio. No decir es una forma de decir, y si alguien no quiere decir en ciertos momentos, pues hay que respetarlo. Pero sin perder el respeto a uno mismo. Es importante darnos cuenta de a quién escuchamos: a los demás o a nosotros, a los que nos apoyan o a los que nos hacen daño…

Y otra cosa fundamental que me gustaría que me enseñaran pronto es que escuchar sólo con los oídos es como bailar sólo con los pies. Se escucha con la mirada, con el tacto, con el gusto… hasta con el olfato. En realidad todo lo que hacemos y lo que no hacemos comunica, por lo que no sólo tenemos que escuchar a las palabras, sino a lo que les acompaña o no acompaña.

Escuchar es querer. Cada vez que escuchas a alguien haces que esa personas se sienta importante. Al menos para ti. Y a todos nos gusta sentirnos importantes para alguien. Si no que se lo digan a las marcas, que las que mejor caen, son las que más escuchan, y hacen que la gente se sienta escuchada. Y no al revés. Las marcas más queridas son las que con sus comunicaciones demuestran que conocen a sus consumidores y no las que sólo ponen el esfuerzo en que les conozcan.

Pues eso, que cada vez que escuchamos nos apropiamos de la mitad del mensaje. Dicen que la mejor forma de bailar es bailar como si nadie te estuviera mirando, quizás la mejor forma de escuchar sea escuchar como si nadie te hubiera mentido. Todo el mundo merece una nueva oportunidad, y escuchar por el lado bueno, la da. Por eso, si hay dos formas de interpretar algo, me quedo con la buena, porque hacerlo dice algo de mi y de quien lo dice.

Además, todos necesitamos a alguien que nos escuche y alguien a quien escuchar.

Photoshop en la mirada

Cada mañana cojo el ascensor, me miro al espejo y pienso… Pienso que estoy demasiado blanca, que mi recién estrenado pelo rubio se está poniendo verde, que el color de mi vestido no es tan bonito como lo recordaba…

Vivo en el octavo, así que me da tiempo a pensar muchas cosas.

Pero luego salgo a la calle y me dicen que qué bonito es mi vestido y que les encanta mi homenaje capilar a la vecina rubia. Y entonces me doy cuenta de que no soy yo. Ni mi pelo. Ni mi vestido. Que a ellos no les pasa nada, que a quien le pasa es a mi mirada que está totalmente deformada por la luz del ascensor.

Entonces me doy cuenta de que a veces, me veo y veo las cosas con luz de ascensor. Y que no me da la gana. Así que puestos a deformar, elijo instalarme photoshop en la mirada.

Independencia SÍ, pero de pensamiento.

Soy historiadora y publicista, una mezcla muy apropiada para los tiempos que corren donde los publicistas quieren hacer historia y los políticos, publicidad. Como historiadora siempre he defendido que a veces se aprende más de las novelas (las de época y las de esa época) que en los libros de texto. Y como publicista, más de los telediarios que de los anuncios.

Hace poco leí una novela maravillosa titulada «El mentalista de Hitler» escrita por Gervasio Navas. Se trata de una novela histórica muy documentada cuyo personaje principal es un famoso mentalista de la época: Erik Jan Hanussen. Hanussen no es muy conocido actualmente, pero no sólo forma parte de la historia, de alguna manera, le dio forma a la historia.

Un año antes de la subida de Hitler al poder Hanussen lanzó una profecía en forma de artículo en el que auguraba que Hitler, líder del partido nacionalsocialista, aislado de las otras fuerzas políticas y en horas bajas, sería el dueño absoluto del poder en menos de un año. A lo largo del libro el autor narra cómo este personaje secundario de la historia tuvo un papel principal a la hora de dotar de credibilidad -e incluso de sentido de providencia- a Hitler. Después de publicar que en menos de un año acabaría siendo el dueño absoluto del poder pasó ese año convocando a la prensa internacional para profetizar sucesos que ocurrían uno detrás de otro. Un accidente en una carrera de coches, el incendio del parlamento… Cada una de las cosas que decía que pasaría, pasaba. Eso es lo que dicen las líneas del libro, las entrelíneas apuntan a que más que adivinar lo que iba a pasar, anunciaba lo que sabía que pasaría. Todo un ejemplo de cómo crear un halo de credibilidad e incluso de providencia. Hanussen con sus «predicciones» convirtió la improbable subida del poder de Hitler en inevitable. Convirtió en parte del destino lo que a la razón le parecía todo un «desatino».

Cómo historiadora/publicista me pareció que usar a Hanussen para llegar al poder fue lo más brillante que había hecho Hitler. Dicen que «querer es poder» pero estoy convencida de que «creer es poder» y Hitler trabajó las creencias del pueblo alemán de forma brillante y eso es lo que le llevó al poder. No hay héroe sin villano y Hitler convenció a los alemanes de que creyeran que los culpables de su situación actual eran los judíos. Funcionó.

Siempre se dice que la historia se repite, pero yo pensaba que vivimos en una sociedad muy diferente a cualquiera anterior que ha cambiado más en los últimos 20 años que en los últimos 200. Pensaba que el acceso a la información que nos permite internet dificultaba la «deformación» de la realidad y que la manipulación de las creencias a ese nivel no tendría cabida casi 100 años después del ascenso de Hitler… Pero esta mañana en lugar de un artículo me ha llegado un audio de Wassap EN CASTELLANO en el que contaban la carta astral de la república catalana. Una voz muy agradable afirmaba que la república catalana «ha nacido» bajo un signo astrológico que augura su éxito.  Y pedía paciencia y firmeza. Pero, sobre todo, construía identidad. Dota a la república catalana de un sentido de providencia cuando el único sentido que tiene es provinciano.

Miguel Brieva afirma que las masas son como los medicamentos, para que funcionen sólo hay que hacer una cosa: agitarlas antes de usarlas. Y creo que eso es lo que están haciendo. Lo que durante años he leído en libros de texto o en novelas de historia lo leo ahora en mi muro de Facebook donde amigos míos que conozco, que considero inteligentes son capaces de afirmar que prefieren una Cataluña independiente incluso de Europa que una Cataluña integrada en España. Afirman que hasta es mejor no formar parte de la Unión Europea porque así tendrán «menos parásitos a los que alimentar». A mi esta esquizofrenia me preocupa. ¿En qué clase de sociedad nos hemos convertido que somos capaces de pasar horas buscando el mejor precio de un vuelo para irnos de vacaciones, leer todas las críticas de los hoteles antes de reservarlos y no le dedicamos ni medio minuto a cuestionarnos si lo que nos dicen es cierto? ¿Por qué somos más críticos comprando que votando?

He vivido muchos años en Cataluña y cada vez que me hablaban del reparto injusto de los impuestos: el famoso Espanya ens roba yo les hablaba de Henry Ford y les decía que Ford pagaba más a sus empleados para que pudiesen comprarle un coche. No hablo de solidaridad, hablo de inversión, el resto de España es el mercado natural de Cataluña y cuanto más rico sea ese mercado más productos podrán comprar en Cataluña.  ¿Tras la independencia el mercado natural de Cataluña seguiría siendo España? ¿De verdad es mejor independizarse y pagar aranceles?

Mucha gente dice que no va a pasar nada, que no me preocupe. Pero cada vez que lo escucho me vuelvo a acordar del Mentalista de Hitler en cuyas páginas retrata a unos judíos confiados en la imposibilidad del ascenso del Hitler al poder y en que les hiciera algo a ellos, al fin y al cabo muchas de las industrias alemanas les pertenecían. Y también me acuerdo de Lluís Bassat publicista, judío y catalán que siempre dice que los judíos pesimistas de la época de entre guerras fueron los judíos vivos.  Y sí, me preocupo.

Hay una charla TED de Chimamanda Adichie que ilustra magníficamente esta situación que estamos viviendo que se titula El peligro de la historia única. Adichie es nigeriana y cuenta cómo de pequeña le gustaba mucho leer y escribir. La mayoría de libros a su alcance eran extranjeros lo que se tradujo en que sus propios libros estuvieran protagonizados por blancos de ojos azules iguales a los personajes que leía, pero totalmente diferentes a los que veía. Lo cuenta como muestra de lo influenciables que somos por las historias que nos cuentan. Lo curioso es que fue a estudiar a EEUU y una de las cosas que más les sorprendió fue la historia que se contaba en «EEUU» sobre África. Para ellos África era un país subdesarrollado donde prácticamente sólo cazaban elefantes e iban en taparrabos, por eso su compañera se sorprendió mucho cuando al preguntarle que cuál era su cantante favorito le contestó  que Mariah Carey.  La historia única crea estereotipos y el problema con los estereotipos no es que sean falsos sino que son incompletosLa consecuencia de la historia única es que enfatiza nuestras diferencias en vez de nuestras similitudes. ¿Que están contando a Cataluña de España? ¿Y a España de Cataluña? 

Pues eso, que Independencia sí, pero de pensamiento.

Un hogar no es la casa es quién abre la puerta… Barcelona ha sido mi hogar durante mucho tiempo, pero a día de hoy me cuesta reconocer a quien abre la puerta. O la cierra.

Wally, una peli de antena 3 y los Lemmings.

Hace poco leí el libro que me regaló mi amiga Patricia ¿Dónde vamos  a bailar esta noche? de Javier Aznar. Aznar tiene una forma de escribir de esas que te invitan a seguir leyendo. Su libro es una recopilación de relatos en los que pone palabras a lo invisible. Su forma de escribir me gustó, pero su forma de pensar, ay su forma de pensar… me encantó. Pero me encantó de esa forma tramposa en que encanta lo que te resulta familiar, como cuando te enamoras de alguien y te preguntan que por qué te gusta, y te sorprendescontestando: “porque me recuerda a mí”. Sí, de esa forma. Y es que en su relato Las palmeras que se mueven escrito como ficción dice más verdad en tres páginas que en todas las noticias del telediario juntas.

Dumas decía “Es verdad que violo la historia, pero le doy unos hijos bellísimos”, pues creo que Aznar le ha hecho el amor a la mentira y de ahí ha nacido una verdad. En su relato Aznar habla de un escritor al que un locutor de radio entrevista y le hace la típica pregunta: – Y dígame, ¿qué libros o autores le influyeron en su forma de escribir? y tras esta pregunta Aznar pone en boca de ese “escritorzuelo” la falsa mentira más llena de verdad que he escuchado jamás:

  • Wally. El tipo ese las gafas y el gorro de lana. El del Jersey a rayas y mirada pánfila. ¿Sabe quién le digo? Sí, ese Wally al que hay que encontrar. Bien, pues ese tipo fue el que más me influyó para escribir. Sin duda. No se ría. Me pasaba horas y horas delante de aquellos libros: el rojo, el azul y el amarillo. Me lo sabia de memoria. Pero francamente, siempre me dio un poco igual encontrar a Wally antes o después que los demás. A mí lo que me divertía era imaginarme las historias paralelas de los que le rodeaban. Ver qué están haciendo los otros, los figurantes, los extras en el universo de Wally. Y me encanta esa idea de pensar que nadie más en el mundo estaría apreciando ese detalle en este preciso instante tal y como lo estaba haciendo yo.  (…) todo esto y no otra cosa fue lo que me lanzó a escribir. Todo esto me lo dio Wally. El de las gafas y el gorro. El del jersey a rayas y mirada pánfila. Si quiere, ahora me puedo poner algo más trascendental inventarme que leía a kafka con 10 años. Que Paul Auster cambió mi vida. (…) si quiere puedo proclamar que por norma general ya no leo a nadie que no lleve por lo menos un siglo muerto. (…) pero no. Si soy sincero conmigo mismo, que no siempre lo soy, todo fue por Wally. ¿Sabe cómo se llama mi perro? Gatsby. Pero sólo porque me parecía más elegante que Wally.

Desconozco si Aznar tiene perro, y si lo tiene desconozco más aún el nombre del can, pero escribo con los dedos cruzados para que en ese caso, responda al nombre de Gatsby.

Lo que a ese escritorzuelo le pasa con los libros a mi me pasa con las películas. A veces me refugio en el hecho de que mi padre nos quitó la televisión cuando yo tenía 14 años para disimular mi analfabetismo cinematográfico. Estoy convencida de que he leído más libros que visto películas… por eso me pongo tensa cuando en cualquier momento y en cualquier lugar la gente recurre a ese “lugar común” que es hablar de cine para conocer y darse a conocer mejor.

Y es que a veces las  conversaciones sobre películas se convierten en un documental de la dos donde todos los participantes juegan a demostrar “quién la tiene más larga”. Y hablan de Lars Von trier, Kubrick, Los hermanos Cohen… y todos les han cambiado la vida de alguna manera… Pero para no engañarme, si alguien me pregunta quién me ha influenciado a la hora de contar historias (mis historias) me encantaría poder decir que George Lucas y hacer de mi vida un infinito viaje del héroe, pero en verdad ni siquiera sé el nombre del director de la peli que vi que cambió para siempre mi forma de ver las cosas. Y de contarlas. Confieso que era una peli de antena 3. Quizás fuese alemana, quién sabe. De lo que no me olvido es del argumento: Una pareja de unos 60 años se separa porque la mujer pilla al marido poniéndole los cuernos. La mujer se va a vivir con su hija treinteañera que después de ese acto de traición decide odiar y dejar de hablar a su padre. Sin embargo, el padre poco a poco comienza a acercarse a la madre, quedan, tontean y se reencuentran… La hija “pilla” a sus padres juntos, y muy enfadada por el comportamiento de su madre le dice – Mamá, ¿vas a fingir que no ha pasado nada? Y la madre le responde como si toda la sabiduría adquirida por los seres humanos desde el principio de los tiempos, en lugar de perderse de generación en generación, se hubiese concentrado en su garganta para decir: Hija, voy a dejar de fingir que es lo único que me importa.

No sé, quizás en negro sobre  blanco ya no quede tan épico. Pero es una de esas frases a las que he vuelto infinitas veces y me han servido como el trozo de madera del Titanic. Siempre me he agarrado a ella para darme cuenta de que carece de sentido valorar una relación de 20 años por los últimos 20 minutos. Que no existen las relaciones perfectas, pero que no tenemos por qué empeorarlas, que las cosas tienen el tamaño de nuestra atención y que aunque nos pasen cosas que no dependan de nosotros, nuestra atención, sí, y no tenemos por qué hacer grande lo pequeño. A veces actuamos como el rey Midas pero al revés, y algo que puede ser anecdótico lo convertimos en crucial e imperdonable. He visto relaciones que se han roto porque uno de los dos no ha contestado un wassap en menos de 24 horas. He visto a un hijo dejar de ir a ver a su madre porque ella dejó a su padre por otro…

Por eso me gusta tanto esta frase, por que si es verdad que somos la historia que nos contamos, nos convierte en narradores mejores porque nos invita a dar más importancia a lo que nos aporta. Es como cuando te reúnes con tu jefe para una evaluación y te dice 9 cosas buenas y una mala y tú sólo das importancia a la mala. No es que nuestro jefe sea malo por decir algo que no nos gusta de nosotros, nosotros somos los malos por focalizar nuestra atención sólo en eso.

Cada vez que alguien me pregunta cuál es el animal que más se parece al ser humano, siempre pienso en los Lemmings, esos animales que ocupan un lugar en nuestro imaginario colectivo corriendo hacia un precipicio para suicidarse en manada. Hay muchas formas de suicidarse y poner la atención en lo peor que ha pasado y no en todo lo que ha pasado es una de ellas. Y muy común.

La Felicidad no existe.

“ Los reyes magos no existen ”

“ El ratoncito Pérez no existe ”

“ Los unicornios no existen ”

-“Mamá, ¿Cuándo seré lo suficientemente mayor para darme cuenta de que el Príncipe Azul no existe?”-

Se supone que saber distinguir lo que existe en la realidad de lo que existe en nuestra imaginación es un signo de madurez. Por eso, ¿Cuándo se supone que seremos lo suficientemente maduros para darnos cuenta de que la felicidad no existe?

Porque no existe.

Pero no es que no exista como no existen las hadas o Papá Noel. No. La felicidad no existe como no existe la salsa de tomate perfecta o el refresco de cola perfecto. Y es curioso, porque si hay una marca asociada a la Felicidad, es Coca Cola, pero sin embargo fue Pepsi quien, sin saberlo, al buscar su punto exacto de dulzura, abrió una nueva autopista en el mundo del marketing, en el de la felicidad, pero sobre todo, en el del ser humano.

Todo empezó cuando Pepsi contrató a Howard Moskowitch, Doctor en Psicología Experimental por Harvard. El motivo de su contrato es que Moskowitch era un “mago de las mediciones” capaz de leer lo que dicen los datos -y lo que no dicen- para orientar a las empresas a tomar buenas decisiones de cara al consumidor… Si la información es poder, Moskowitch hacía a las empresas más poderosas. El caso es que Pepsi acababa de descubrir un nuevo edulcorante, el aspartamo, y querían saber cuál era la cantidad exacta que debía tener cada lata de Pepsi light para tener la dulzura perfecta. Los estudios les habían mostrado que menos del 8% era demasiado poco y que más del 12% era demasiado. Pero entre el 8 y el 12 había demasiadas posibilidades así que contrataron a Moskowitch para que encontrase el porcentaje de edulcorante perfecto. En principio no parecía un reto complicado, sólo había que fabricar refrescos con todas las variaciones porcentuales posibles que había entre el 8 al 12%, darlos a probar a mucha gente y luego elegir la cantidad que obtuviese más votos. Y ahí es donde empieza lo complicado.

Contra todo pronóstico, los resultados mostraron que no había un ganador claro y eso hizo que Moskowitch tuviera la sensación de que su experimento -en busca de la dulzura perfecta- había sido un fracaso. Pero dicen que no hay fracaso más grande que el no aprender de los errores y éste en concreto le enseñó una verdad que revolucionaría el marketing. Y es que cuando estaba en otro proyecto Moskowitch por fin entendió el motivo del fracaso, que no fue el resultado del experimento en sí, sino el planteamiento del problema. Moskowitch se dio cuenta de que el error radicaba en poner su atención en buscar la Pepsi Light perfecta, porque no existe,  lo que existen son varias Pepsis Light Perfectas. Literal y metafóricamente.

Esta teoría que le sugirió su experiencia con Pepsi se convirtió en práctica cuando la marca de salsas de tomate Prego tuvo la misma ambición que Pepsi: encontrar su salsa de tomate perfecta, hasta que el mago de la medición les dijo que no, que si se enfocaban en encontrar un sabor universal, una salsa de tomate platónica que gustase a todo el mundo, iban a fracasar, podrían hacer hacer una muy buena salsa de tomate que gustase a mucha gente y que encantase a muy pocos… y es que Moskowitch había llegado a una conclusión revolucionaria: la naturaleza de la perfección es plural. Y desde esa conclusión sugirió a la marca Prego hacer experimentos para buscar las salsas de tomate perfectas para los espagueti, y de allí nacieron tres sabores que que ahora son de lo más común, pero que fueron toda una revolución en los paladares, en las ventas y en la historia del marketing: las salsa picante, la normal y la más espesa.

Y eso que nos ha quedado claro en el marketing y en la comida, se nos olvida de la felicidad – que como la salsa de tomate perfecta- también es plural: la felicidad no existe, existen las felicidades, aunque nosotros nos empeñemos hacer con la felicidad lo que Pepsi Y Prego con sus productos… No sólo pensamos que hay una felicidad universal, sino que estamos convencidos de que, casualmente, ese concepto de felicidad universal coincide con el nuestro y no perdemos ocasión para intentar imponerlo en forma de consejo o de opinión.

Pero lo bonito de que existan las Felicidades no es que cada uno tenga la suya, es que cada uno tiene las suyas. A mí hay muchas cosas que me hacen feliz, pero una de las más extrañas puede que sea mi afición a ir a Iglesias de vez en cuando. Hace unos años cuando estaba paseando por San Francisco, en uno de esos días que hacía frío por fuera y por dentro, decidí ir a mi iglesia favorita de allí.Me gustan las iglesias porque suele haber silencio cuando se necesita… pero ese día en concreto no. Era entre semana, la iglesia era cristiana pero no católica y estaban ordenando sacerdotes. Muy raro. El caso es que quien les ordenaba dijo una cosa que no quiero que se me olvide nunca (aunque es evidente que se me olvida a ratos)… Dijo que todos somos luz… y que está muy bien dar consejos de vez en cuando (iluminar) pero lo verdaderamente bonito y poderoso es dar calor.

Es curioso que años más tarde Aurea Benito -que no es «pastora» pero sí directora de recursos humanos, aunque ella más que ·dirigirlos, los «primavera» las hace de sol y de lluvia y saca lo mejor de ellos. Y de mi.- hiciese con ese consejo lo que muchas veces se hace con las apuestas: lo vio y lo subió. Me dijo que había una frase perfecta para dar calor, pero que de tanto usarla se nos había olvidado lo que significa: «Te acompaño en el sentimiento»: si estás triste, respeto tu tristeza, si estás alegre, respeto tu alegría…

Es ridículo que lo que hemos aprendido de la salsa de tomate -«para gustos, colores»- se nos olvide de la felicidad. Nadie en su sano juicio intentaría convencer a otra persona de que la salsa de tomate picante es mejor que la normal. Sin embargo, nos falta tiempo para dar consejos a los demás sobre cómo ser más felices «deja a ese chico, no te interesa», «cambia de trabajo si ya no puedes más», «no cambies de trabajo hasta que tengas otro mejor» «ahorra dinero por lo que puede pasar» etc, etc, etc..  El primer paso para ser feliz, es entender que cada uno es ser feliz a su manera.

En física se dice que el frío no existe, que lo que existe es la falta de calor. Quizás a la tristeza le pasa lo mismo que al frío, y simplemente es la ausencia de felicidad, y el primer paso para recuperarla sea sentirnos respetados y acompañados, y que gracias a ese calor cada uno encuentre su propia luz, esa que le indica el camino de su felicidad -que puede o no coincidir con el nuestro- porque aunque la felicidad no existe, las felicidades, sí. 

Mamá, de mayor quiero ser


Hay conversaciones que te cambian el estado de ánimo y otras, la vida. De las últimas hay menos, pero significan más. Hace poco hablando sobre el tema de los refugiados llegamos a la conclusión de que ser refugiado es como ser viudo, algo que en principio nadie elige cuando de pequeño te preguntan qué quieres ser de mayor, pero que sin embargo, pasa. Y al final, acabamos hablando de nosotros cuando éramos pequeños, de lo que queríamos y de lo que, finalmente, había pasado.

Hasta ahí todo normal, hasta que en mitad de la conversación contaron una de esas historias que no sabes si son verdad, y, lo mejor, que no importa. La historia la protagonizaban un niño de unos 7 años, un adulto y un cochazo. Y es bastante más larga, pero lo que nos ensanchó el corazón a todos fue sólo un trocito… cuando el adulto se acerca al cochazo que estaba admirando el niño y el niño, curioso, le pregunta si es suyo. El adulto acompaña un guiño en su mirada con la explicación de que en verdad se lo había regalado su hermano… Y ahora es cuando empieza la magia de la historia, el motivo por el que si no es cierta, debería serlo, porque este mundo sería un lugar más amable en el que vivir… el niño, en vez de suspirar en alto diciendo que ojalá él también tuviera un hermano así dijo: ojalá algún día yo sea un hermano como el suyo.

JO DER

Ojalá todos seamos algún día como el niño de la historia.

Y claro que tenemos la excusa de pensar que era un niño, que esa actitud caduca con los años. Pero mi amiga Carmen una vez me contó la historia de amor más bonita que he escuchado jamás. No me habló de flechazos ni de destino, me habló de su abuela, y me dijo que de pequeña cuando ella le preguntó si era feliz con su marido, le dijo que sí, que mucho. Y que cuando quiso saber su secreto, su abuela le confesó que cuando iba agarrada del brazo de su padre camino del altar mirando al que en breve iba a ser su marido, se hizo la pregunta perfecta. No se preguntó si ese hombre le haría feliz algún día, lo que se preguntó es que si ella sería capaz de hacerle feliz, y caminando hacia él entendió que si él se hacía la misma pregunta, no cabía ninguna duda de que algún día ambos lo acabarían siendo.

Y es que en general nos pasamos el día opinando sobre cómo deberían ser los demás: deberían ser más atentos, menos egoístas, más educados…. ¿y nosotros? ¿qué pasa con nosotros? ¿realmente elegimos cada día ser como somos? a mí, sinceramente, se me olvida. Y me paso más tiempo ESTANDO: enfadada, molesta, nerviosa que SIENDO amable y generosa, sobre todo conmigo misma, porque si no, con el resto, no se puede.

Por eso, si algún día tengo hijos y un día me cuentan qué quieren ser de mayor, yo les contaré esta historia y les diré que podrán elegir entre ser artistas o ingenieros o ser como aquel  niño que quiso ser un hermano (y un ser humano) mejor…

También les contaré que a lo largo de su vida estarán muchas veces de muchas formas distintas, pero que nunca olviden quiénes son

y que cuando estén tristes, recuerden que son alegres

cuando estén enfadados,  que son buenos

cuando estén dolidos, que son fuertes…

y que lo bueno del estar es lo malo del sabor del chocolate, que sólo dura un rato, y que no se preocupen, que después de estar, siempre podrán volver a ser quienes son y quienes quieren llegar a ser.

…Por eso, si pudiera volver atrás, y retomar esa conversación con mi madre. La miraría, como si pudiera abrazarle con los ojos, y le diría que no se preocupase. Que yo ya no querría ser ni artista, ni peluquera, ni astronauta, que yo ya no querría ser ni lista, ni guapa, ni rica… que yo, lo que querría, es SER. Ser buena, amable, generosa, sincera, asertiva, divertida, alegre, confiable, cariñosa…. y que si me esforzaba en ser cada una de esas cosas, podría ser cualquiera de las otras: astronauta, artista o rica,  pero, que sobre todo, acabaría SIENDO. Feliz.

 

«TODAVÍA», el nuevo ABRACADABRA

«Dicen que todo ser humano es un mago y que por medio de las palabras puede hechizar a alguien o liberarle de un hechizo». Lo que no dicen es que ese «alguien» puedes ser tú mismo y que una de las palabras que más puede ayudarte a tener una vida más mágica -o al menos más feliz- es la palabra  «todavía».

El poder de esta palabra me lo mostró mi amiga Carmen al contarme una historia preciosa que supuso un antes y un después en la historia de su familia. Parece ser que cuando Carmen apenas tenía 20 años fue al médico a una revisión de rutina sin imaginar que esa visita se convertiría en una re-visión en el sentido más literal de la palabra. Desde esa visita ya no volvió a ver la vida igual.  En ese punto de su vida Carmen había perdido a sus padres y aún no había encontrado un trabajo estable ni pareja. Al llegar a la consulta el médico entabló la típica conversación. Para romper el hielo lo primero que le preguntó fue que qué había estudiado… Ella le contestó que no había acabado la carrera… -TODAVÍA-. contestó él. A continuación le preguntó que en qué trabajaba, ella le dijo que no tenía trabajo, y él le volvió a contestar -TODAVÍA- . Finalmente, le preguntó si tenía pareja, y una vez más ambos repitieron la conversación: ella le dijo que no, y él, que TODAVÍA. Ella fue a cuidar de su cuerpo, y sin embargo, lo que se «le curó» fue el alma. Carmen que ahora tiene un trabajo que le encanta, un marido que adora y una hija maravillosa (no acabó la carrera y ni falta que le hace) dice que desde entonces la palabra TODAVÍA es una palabra talismán para su familia, y que cuando se encuentra estancada o en una situación difícil se acuerda de ese médico y de esa palabra, y de repente, lo imposible sólo parece cuestión de tiempo…

Pero mi amiga Carmen no es la única enamorada de la palabra TODAVÍA, hay una escuela en Chicago que también es consciente de su poder y que en lugar de suspender a sus alumnos les califica con un «todavía no». Y eso que puede parecer un matiz insignificante puede convertirse en algo que marca la diferencia. Y es que de alguna manera un suspenso se percibe como un resultado final,  como un muro que te separa de donde quieres llegar y sin embargo, un «todavía no» se ve más bien como parte del proceso de aprendizaje, como un puente que simplemente hay que cruzar para llegar donde quieras.

Consciente de ello, la doctora en Psicología y profesora de la Universidad de Stanford  Carol Dweck realizó un experimento con un grupo de niños de 10 años a los que enfrentó a un examen cuya dificultad era superior a sus conocimientos. Curiosamente la mayoría de los niños reaccionaron de dos maneras diferentes. Unos vieron ese examen desde la «tiranía del ahora» y como sabían que carecían de conocimientos suficientes para aprobar lo hicieron desde una actitud de agobio y enfado, y fracasaron, y otros lo vieron desde una «actitud de todavía», y se lo tomaron como un reto y de forma mucho más positiva. De hecho, en su libro Mindset, la doctora afirma que hay dos grandes tipos de mentalidades. La mentalidad fija (centrada en la tiranía del ahora que huye del error) y la mentalidad de desarrollo ( centrada en una actitud de todavía mucho más comprometida que no huye del error sino que lo considera parte del proceso de mejora). Afortunadamente nos da un mensaje de esperanza porque afirma que todos tenemos la capacidad de convertir una mentalidad fija en una de desarrollo aunque no lo hayamos logrado. Todavía. Tiene una charla TED más que recomendable que podéis ver aquí: http://bit.ly/2b1F3Bl

Pero la magia del «todavía» no sólo se puede aplicar a la forma de pensar… también sirve para las ideas en sí. Vivimos en un mundo binario de ideas buenas o malas, ojalá empezásemos a utilizar el concepto de «ideas todavía», es decir, ideas que en principio pueden parecer malas, pero que al verlas como «todavía» no fuesen percibidas como un resultado final sino como parte del proceso y justo por eso pudiesen servir como inspiración para conseguir algo mejor. Creo que todos preferiríamos escuchar que hemos tenido una «idea todavía», no una idea de (…) ¿no?

La vida está llena de «todavías», sólo se necesita un poco de empeño e implicación para encontrarlos en cualquier momento y en cualquier lugar. Todo, absolutamente todo, da igual que se trate de una situación, de una idea, de un problema o incluso de una relación cambia si lo vemos como una parte más del proceso (y probablemente la peor parte) y no como un resultado final. Es bonito y esperanzador (y hasta mágico) pensar que si algo no ha acabado bien es que no ha acabado. TODAVÍA. Quizás todavía es la coma que sigue al punto final y lo transforma.

Por cierto, la palabra abracadabra es más mágica de lo que parece: proviene del arameo y significa yo creo como hablo… Quizás no haya mejor hechizo que pensar que  Hoy es siempre TODAVÍA

Gramática de la felicidad

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Galeano decía que en lugar de átomos, estamos hechos de historias. ¿y si es verdad que “somos la historia que nos contamos”? A todos nos pasan cosas parecidas, pero no todos las vivimos igual… quizás lo único que nos diferencia sea la forma en que nos las contamos.

¿Y si las personas que son más felices son las que se cuentan las mejores historias de sí mismos, de lo que les pasa y de los demás?  ¿Y si existiese una gramática de le felicidad? La etimología nos muestra el origen de las palabras… pero, ¿y si en lugar de fijarnos de dónde vienen nos empezásemos a fijar a dónde nos llevan? Y es que de alguna manera las palabras son como las canciones, generan estados de ánimo, y los estados de ánimo, sentimientos. Un ejemplo, imagina que no tienes pareja. Ante esta situación puedes contarte dos historias, una de ellas protagonizada por una sensación de soledad y la otra, de libertad. El hecho es el mismo, la forma en que te cuentas ese hecho, no, y los sentimientos que genera el contártelo de una manera o de otra, tampoco.

Y es que de la manera más involuntaria nos contamos historias. Todo el tiempo. Sin pensarlas, y sin ser conscientes de que cada una de esas historias nos construye. De hecho, lo único que diferencia al miedo de la esperanza es la historia que nos contamos sobre lo que va a pasar. Si me diagnostican una enfermedad grave y la historia que me cuento es que voy a sufrir y puedo morir, probablemente tenga miedo. Mucho… Pero si lo que me cuento es que la vida está llena de excepciones y que puede que yo sea una, lo más probable es que lo que tenga, sea esperanza. Quizás no me cure en ninguno de los dos casos, pero mi manera de vivir será muy diferente dependiendo de la historia que me cuente. Ese es el poder de las palabras. Pero no todos somos conscientes de ese poder.

Curiosamente grandes personajes que han pasado a la historia no tienen un común un gran coeficiente intelectual, ni un carisma extraordinario, lo que unía a personas tan dispares era que la mayoría se habían contado una historia de sí mismos, de quiénes eran y de lo que querían conseguir.  De quiénes eran, quizás uno de los más conocidos sea Winston Churchill que aseguraba que «Todos somos gusanos. Pero yo creo que soy una luciérnaga», de lo que querían conseguir, Mohamed Alí, quien afirmaba que Tuve que convencerme a mí mismo de que era “el más grande” antes de que pudiera convencer al mundo”. También hay sabios de las palabras como Juanjo Azcárate que saben utilizarlas como guía en sus acciones, de ahí su maravilloso lema: «ni miedo, ni vergüenza, ni pereza«, y otros como Albert Espinosa que ya en su juventud las utilizaba para convertir un momento muy duro de su vida (tuvieron que amputarle una pierna por un cáncer) en uno muy épico «yo no perdí una pierna, gané un muñón«.

Pero las historias que nos contamos no sólo sirven para construirnos un presente o un futuro, la forma en que contamos nuestro pasado nos afecta en cómo somos, pero hay esperanza ya que como dijo M. Erickson,  “Nunca es tarde para tener una infancia feliz

Curiosamente hoy en día, las dos palabras con mayor número de búsquedas en Google son “Felicidad” y “Amor.”

Nos pasamos la vida buscando la felicidad… pero, ¿y si en lugar de buscarla lo único que tendríamos que hacer fuese «contarla»?

El síndrome de John Frum

Siempre me han gustado algunos nombres que se ponen a enfermedades como el complejo de Edipo o el síndrome de Stendhal. Y es que me gustan como me gusta la palabra sacapuntas: si sabes lo que es el verbo sacar y sabes lo que es una punta, no tendrás muchos problema en «adivinar» qué es un sacapuntas.

Así que si conoces algo de mitología griega y te suena Edipo: famoso por matar a su padre y casarse con su madre, no resulta extraño que Freud hiciese uso de ese nombre para describir al deseo inconsciente de mantener una relación sexual (incestuosa) con el progenitor del sexo opuesto y de eliminar al padre del mismo sexo.

Algo parecido pasa con el síndrome de Stendhal. Stendhal es un autor francés del s.XIX que tras un viaje a Florencia publicó el libro Nápoles y Florencia: Un viaje de Milán a Reggioen el que comentó cómo se sintió al verse expuesto ante tanta belleza:

«Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme«.

Por lo que a finales del s.xx una psiquiatra italiana bautizó con su nombre a los vértigos y desvanecimientos que sienten algunas personas al contemplar algo bello.

Por eso, si la gente supiese quién es Jonh Frum, se podría bautizar con su nombre a un síndrome que cada vez está más presente en la sociedad actual. A día de hoy no se sabe si John Frum existió en realidad o sólo en la mente de algunos indígenas de las islas del Pacífico que durante la segunda guerra mundial vieron interrumpida su «pacífica» vida al ver cómo algunos americanos construyeron bases militares en su territorio y -de forma totalmente involuntaria- también construyeron una nueva religión.

El caso es que los indígenas antes de la llegada de los americanos tenían su propia religión, con sus ritos y sus dioses, no muy diferentes a la de otras tribus «primitivas». Pero con la llegada de los americanos llegaron a la conclusión de que algo estaban haciendo mal. A sus ojos los americanos no daban un palo al agua: no los veían con azadas ni con machetes, pero a pesar de no cultivar ni cazar, no sólo no pasaban nada de hambre sino todo lo contrario: comían cuando querían y no cuando podían, como ellos… Y claro, pensaron que algo estaban haciendo mal y decidieron hacerlo mejor. Pensaron que sus dioses ancestrales eran mucho menos efectivos que los de los americanos, ya que desde su punto de vista les obligaban a trabajar más (cazar, cultivar, etc) por menos. Así que decidieron endiosar a uno de esos americanos, un tal John Frum, e imitar lo que para ellos eran sus rituales para convocar a los dioses: Vestir de verde, hacer desfiles, y descansar a la sombra de un árbol:

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EL caso es que lo que desde la distancia nos puede parecer divertido es algo más habitual de lo que pensamos… Dicen que que es bueno aprender de los mejores. Imitar lo que funciona forma parte de nuestra evolución. De hecho imitar es muy importante, pero aún lo es más saber qué imitar… Si yo quiero tener el mismo éxito que Apple de nada servirá que ponga una i delante de mis productos, sin embargo, sí lo hará que me fije en poner mucha atención al diseño y a la simplicidad en el uso…

Pero es que el síndrome de John Frum, es decir, el imitar lo «menos importante» es algo que forma parte de nuestro día a día… de las formas más insospechadas. Por ejemplo hay una nueva aplicación para aprender inglés llamada Nativox que combate el síndrome de John Frum que ha invadido desde siempre nuestro aprendizaje de la lengua de Shakespeare. Desde pequeños nos han dicho que la única forma de mejorar nuestro inglés es a través de la pronunciación. Y es verdad. Y es importante. Pero Nativox, se basa en estudios que demuestran que para mejorar nuestro inglés hay algo aún más importante que mejorar nuestra pronunciación, que es mejorar la entonación… al final es como una canción… Para que la gente sepa de qué canción estás habando es casi más imp que sepas la melodía que la música. En este vídeo sobre cómo hablar mejor inglés lo explican muy bien:

 

Por cierto, la campaña de Nativox para darse a conocer es muy divertida. Puedes verla aquí:

El síndrome de John Frum nace de algo muy bueno que es la voluntad de aprender, junto a algo muy malo que es el no ser exigentes a la hora de fijarnos en lo que es verdaderamente importante aprender. El caso es que hacemos la mayoría de cosas que hacemos sin cuestionarnos por qué las hacemos. Y que yo sepa, hasta ahora ese cuestionamiento, ese pensamiento crítico es la única vacuna para este síndrome recién bautizado pero que nos acompaña desde siempre.

Por cierto, puedes saber más de John Frum aquí http://barcomasgrande.blogspot.com.es/2008/09/john-frum-que-ests-en-los-cielos.html